¿Y qué si nos dicen que no valemos nada? ¡Que te valga poco lo que la gente dice, piensa o concluye de ti! ¡Otros son tus temas importantes!
Es lo que deberíamos sentir cuando alguien se acerca a nosotros y nos encara porque no le cayeron bien nuestras palabras, quiere que andemos por ahí haciendo lo contrario, o viene hasta nosotros con el único fin de lanzarnos, ya sabemos qué, “con ventilador”.
“No valemos nada”, son tres palabras a las que no le debemos asignar dolor, sinsabor, incoherencia, desventaja o si quiera algo que se le parezca a la ausencia de bondad.
No existe un real “no valemos nada”
Antes de continuar con esta frase de impacto, queremos dejar claro que no estamos recomendando que te alimentes de odio para ir a por esa persona para lanzártele encima. Por supuesto que no.
El punto clave es lograr el desarrollo personal, partiendo de aquellos momentos donde la comunicación positiva no es el fuerte de quienes te contactan.
La gente dice lo que quiere y esconde lo que es.
Muchos, nos pueden decir que no valemos nada y mil cosas peores aún, sin embargo, y está probado, lo harán desde lo que les falta a ellos mismos, desde sus sombras y ocultamientos.
No valemos, porque les herimos con la sola presencia. Porque somos hasta más libres para decir, hacer o caminar por la vida. Porque se sienten atacados en su existencia o en la sola imaginación de que otra idea sea mejor que la suya.
Y por supuesto que eso da lástima y no tendría por qué ser las cosas de ese modo, más lo único que se puede confirmar es que en el cruce de caminos, los seres humanos vivimos distintos procesos.
Miedo por convertirse en algo para sí mismos
Aunque no lo creas, el asunto no pasa por la certeza de que no valemos nada, algo por demás ilógico.
Es más simple: mucha gente dice lo que quiere y esconde la cara porque sabe que, en su supuesta necesidad de “defensa propia”, es el miedo a hacer de sus vidas un “algo de valientes”, aquello que les hace andar vociferando por ahí, sin cuidado.
Siempre existirán aquellos “regalitos verbales” que recibirás sin pedirlos, pero para los cuales necesitas ser consciente del lugar profundo desde el cual son emitidos.
Puede que tú también caigas o hayas caído en asignar significados paupérrimos a las personas, que explican cómo anda el cuidado de tu ser interno. Acéptalo, si es el caso.
No valemos nada, porque nos ven como sus iguales, sin valor.
No es una declaración de odio, mucho menos lo señalamos sin un análisis previo.
Son las consecuencias de una baja autoestima los que pueden “ayudarnos” a ver a los demás con la intención de que todos valgan menos. Andar bajo ese paraguas no es sencillo, más bien confuso sí, y muchas veces inadvertido.
Cuando a alguien le lanzamos aquello de que no vale nada, deberíamos preguntarnos, si acaso, nuestra medida de valor está bien plantada por dentro.
Todos los seres humanos aportan una cuota de valor
Como seres humanos, debemos aprender que la frase “no valemos nada” es 100% falsa.
Todos tenemos una cuota de valor y sea la que sea, siempre será enorme. Enorme para una madre, un padre, un hijo, un hermano, u otro integrante de la familia, para tus amigos, para la gente de la oficina que te respeta, para tu equipo en tu negocio día a día.
Pero con la gente con la que llegas a este tipo de intercambios “poco intelectuales”, lo más probable es que se le esté “evaporando la limonada” en pleno verano y no se haya ni dado cuenta.
Es una pena que en el mundo, además, valoremos a las personas de modos tan opuestos a lo coherente, que pensamos que son solo buena imagen, dinero, estadísticas, gente sin nombre, brazos para cargar, apoyos por buscar y nada más.
¿Y entonces, cuál es nuestro valor?
Es bueno hacerse esa pregunta, más allá de tener clara la autoestima y por tanto la convicción de estar en el momento más genial de nuestra vida, en cada instante de tu vida.
¿Cuál es nuestro valor en contraposición al “no valemos nada” del cual hablamos?
Antes de responderte, cierra los ojos y busca un recuerdo hermoso de tus días pasados, o algo que de pronto te ha ocurrido sin darle todo el crédito, como aquellos detalles que pasan cuando al pedir el café en la tienda, alguien te sonríe o te agradece con un saludo humano y cálido.
Sentirse feliz, en plenitud, viviendo con satisfacción, sabiendo que tienes la capacidad de crear, lograr y seguir luchando, que además, puedes controlar tus estados de ánimo (que vamos, todos tenemos malos días) y puedes transformarte en el brazo de alguien en cualquier momento: ese es tu valor real.
Aquello que la parte buena de vivir, te permite hacer, por ti, en primer lugar, para poder ayudar a los demás y claro, entre ellos, a los que demuestran que tu cariño o tu amor, vale la pena.