Rendirse. No es fácil hablar desde fuera de una situación compleja y complicada que considera esta opción como siguiente y definitivo paso para salir de la misma. De otro modo rendirse no sería tan tentador. Descartando el hecho biológico de la muerte y las etapas mentales que nos preparan para ella de forma inevitable.
Hablamos aquí de otro tipo de viaje. Un viaje que cambia a la persona, tanto como la decisión de no hacerlo. Por tanto rendirse también tiene una connotación de equidad frente a la opción contraria y con ello añadimos una razón adicional al por qué muchas personas en esta situación optan por considerarlo.
Sin embargo, hay algo que no se toma en cuenta. Y es la capacidad del ser humano, dotado del pensamiento, de su amor por sobrevivir, y otras múltiples capacidades intelectuales y físicas para superar y crear su propio camino. Optar por renunciar a algo, rendirse o abandonar el tramo andado, no es otra cosa que una consecuencia al síntoma real: la ausencia de fe, la anulación de las capacidades intrínsecas y si vamos más allá, la valoración de la situación negativa por encima de la positiva. Visto así, nadie en el uso normal de sus facultades optaría por rendirse.
Es por ello que resulta de vital importancia aprender sobre uno mismo, retarse continuamente, y hacer lo propio con nuestros hijos, para enseñarles que bastará un cambio en el enfoque de pensamiento, para activar todo el potencial de un nuevo renacer, porque eso es no rendirse, nacer otra vez.